Su fama de santidad atrae la atención del rey, quien hace que lo escojan como obispo de París.
No todos los santos fueron grandes taumaturgos en vida, pero sí San Germán de París, según lo cuenta su hermano en el episcopado Fortunato. Recorramos algunos aspectos de su magnífica vida.
Nace Germán en los alrededores de Autun, Francia, en el año 496. Pero su madre no lo quería, incluso se afirma que quiso abortar. Terrible es cuando una madre rechaza de esa manera al hijo; pero como dice la Escritura, aunque padre y madre nos abandonen, Dios no lo hace. Dios lo termina llevando donde su primo Scapilion, sacerdote, en Lazy, y ahí vive en un ambiente de afecto, y sobre todo de piedad, durante más de 15 años.
El obispo de Autun, Agripin, ya había puesto el ojo en el muchacho, y quiso hacerlo sacerdote, y a pesar de que Germán se resistiese, terminó venciéndolo y elevándolo al sacerdocio ministerial. Luego el sucesor de Agripin, Nectario, lo hace abad del Monasterio de San Sinforiano.
Elevado a altas dignidades, a pesar de su resistencia
Este era un hombre que no ansiaba la gloria de los cargos de la Tierra. Buen ejemplo para la ambición de muchos. Pero Dios sí lo quería elevar aún más, como después veremos.
La caridad del corazón del ya abad San Germán, lo llevaba a repartir pan a los pobres que pasando por el monasterio se lo pedían. Pero sus monjes empiezan a murmurar contra el abad, pues sienten que los acometerá el hambre. Sin embargo, Dios premia milagrosamente la caridad del Santo, y sorpresivamente llegan al convento dos cargas de pan, y al día siguiente, dos carros llenos de comida. Comienza la fama de milagros del Santo.
Más hechos milagrosos
Un día San Germán apaga el fuego de un pajar lleno de heno. El fuego amenazaba consumir todo el monasterio, pero el santo lo apaga con solo rociar un poco de agua bendita.
Otro día el obispo, en un auge de envidia por la fama creciente del Santo, lo encarcela. Pero estando en la cárcel le ocurre lo que le pasó al Apóstol Pablo: las puertas milagrosamente se abrieron. Solo que el abad no quiso salir hasta que el propio obispo le restituyera la libertad. Ese acto de radical sumisión terminó por vencer la maldad del prelado, que lo liberó y desde ese día cambió su envidia por admiración.
La fama del Santo Abad ya había llegado a la capital del reino, y muerto el obispo de París, el rey Childeberto hace que en el año 554 sea ahí nombrado obispo. Lo hace también limosnero mayor. El gran beneficiado no era San Germán, que siguió conservando sus recias costumbres y hábitos monacales, sino el propio rey y todo el reino.
Childeberto, que llevaba una vida mundana, se va haciendo más piadoso bajo la influencia de San Germán, que ya es Obispo de París. Un día el rey, en su bello palacio de Celles, cae presa de dura enfermedad. Fue suficiente que San Germán le impusiera las manos que el rey se curó, aumentando con ello su fama de virtud.
Pero un día muere el rey, y tras corto reinado de uno de sus hijos, Clotario, lo sucede el nieto Chariberto, hombre de pésimas costumbres y despiadado. Esa fuente de bondad llamada San Germán, lo excomulga decididamente. Chariberto muere dos años después.
Tras la muerte de Chariberto, comienzan las disputas entre sus dos hermanos Sigeberto y Chilperico, peleas azuzadas por las esposas de cada uno. Sigeberto está venciendo a su hermano, pero un día decide atacarlo en Tournai en contra del consejo de San Germán: le habían tendido una trampa, maquinada por la esposa de su hermano, Fredegunda, y allí muere.
Lamentablemente fallece San Germán –octogenario– sin ver restablecida la paz entre los dos bandos.
Sus restos fueron trasladados a lo que hoy es el templo de Saint Germain-des-Prés, en París, lugar de peregrinación de reyes y de muchos fieles.
Tomado de: Gaudium Press en Español