San Luis Gonzaga, gustaba de la milicia pero su inocencia y rectitud lo llevaron a la milicia de Jesús

El padre ya temía que ese sería el camino de Dios para su hijo. Pero cuando San Luis le anunció que sería jesuita, hizo de todo para desviarlo de su vocación.

Hoy conmemoramos en la Iglesia, junto con otros santos, al ángel de la pureza, San Luis Gonzaga.

Luis (1568-1591) era el primogénito de Fernando, Marqués de Castiglione, una especie de príncipe soberano italiano. De niño comenzó a ser educado para la guerra, y su padre lo llevó aún en la tierna edad a varios campamentos. Gustaba especialmente de imitar el paso cadenciado de los famosos y temibles tercios españoles.

Después de una de sus correrías militares, una expedición española contra Túnez, repitió, sin saber su significado, expresiones vulgares de la soldadesca. Entonces su tutor –don Francesco del Turco– reprendió al niño, con seriedad, respeto y aplomo: “Vuestra señoría, durante toda la estadía en Casal vivió en el campo. Pero Vuestra Señoría trajo palabras y expresiones inconvenientes, que un príncipe de su sangre jamás se debe permitir a sí mismo y que incluso debe ignorar, porque sería motivo de vivo dolor para su madre la princesa, si ella sorprendiese eso en los labios de su hijo”. Él se lamentó vivamente de su falta. Para ver qué pureza de alma tenía, decía después que a partir de entonces ¡inició su conversión!

De su madre, doña Marta Tana, dama de la reina Isabel de Valois, San Luis había inhalado la piedad. Mucho agradaba a la marquesa ver cómo asimilaba bien, desde pequeño, sus maternales instrucciones de vida interior. Sin embargo, a su padre esto le inquietaba, pues temía que tanta devoción lo desviara de la carrera de las armas a la que se destinaban los primogénitos.

En la corte del Gran Duque de Toscana, en la Corte de Mantua

Tenía 9 años cuando fue llevado a la corte del Gran Duque de Toscana, en Florencia. En ese tiempo adquirió gran amor a la Virgen, al leer un libro sobre los misterios del rosario, y también en las peregrinaciones a la Virgen de la Anunciata, que era venerada en la ciudad. A ella le ofreció su voto de virginidad. Dios iba construyendo una catedral en su alma inocente y dócil.

Va luego a la Corte de Mantua, donde sigue creciendo en virtud, para después regresar al hogar paterno, cuando empezó a recibir gracias de tipo místico.

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Cuando San Carlos Borromeo, Visitador Apostólico, fue a Castiglione en 1580, se admiró de la ya profunda ciencia religiosa del joven y le dio por primera vez la Sagrada Eucaristía.

Tenía 13 años cuando sintió que estaba llamado a la vida religiosa. Nada dijo entonces a los padres, pero tomó aún más en serio si fuese posible su vida de piedad. Eso comenzó a inquietar al padre, que llevó toda su familia a Madrid para distraerlo, y al hijo hizo que lo colocasen como paje de Felipe II. No obstante, la virtud ya se había radicado en el niño, que se mantuvo firme en medio de la vida de honras y placeres de la corte.

Persecución del padre

Inspirado por la gracia Luis se dijo a sí mismo que entraría a la Compañía de Jesús.

Cuando su padre se entera de la decisión, llueven sobre el joven Luis gritos y amenazas de azotes. Hizo de todo para disuadirlo, incluso consiguió que altas autoridades eclesiásticas buscasen disuadirlo de su vocación de jesuita, pero sin éxito. Pero Luis no la tuvo fácil. Fueron dos años de luchas contra la férrea voluntad paterna, hasta que un día el marqués vio por el ojo de la cerradura que su hijo se estaba disciplinando. Solo entonces dobló su rodilla ante una voluntad divinizada más fuerte que la de él.

Tuvo el emperador que confirmar la renuncia pública que San Luis hacía de sus derechos de primogénito, y solo entonces entró en el noviciado jesuita.

Brillante en sus estudios, los otros novicios buscaban su compañía por el brillo de su virtud. Pero su salud era frágil. En 1591 atendió víctimas de la peste que asolaba Roma, siendo al poco tiempo él mismo un contagiado. Fueron tres meses de fiebre ardiente, después de lo cual Dios lo quiso junto a sí. Tenía 23 años.

San Roberto Berlarmino, Cardenal y su confesor, decía que San Luis había sido confirmado en gracia, es decir, que no había cometido falta grave. Santa Magdalena de Pazzi declaró que había tenido una visión que la cual contempló la “gloria inmensa de la cual gozaba en el Cielo este hijo de San Ignacio de Loyola”.

En una de sus anotaciones, se demuestra la gigantesca caridad de San Luis Gonzaga: “El Dios que me llama es Amor, ¿cómo puedo circunscribir este amor, cuando para esto sería demasiado pequeño el mundo entero?”

De sus últimas conversaciones está esta, con el Padre Provincial de la compañía:

– Marchamos, Padre mío, y marchamos con alegría.

– ¿A dónde, Luis?

– ¡Al Cielo…! Si mis pecados no me lo impidieran, espero ir allí, por la misericordia de Dios.

Con información de Arautos.org

Tomado de: Gaudium Press en Español

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