Tenía un afecto especial Francisco por los que sufrían en su salud física. Se cuenta que a veces, con sólo hacer una señal de la cruz devolvía la salud a un enfermo.
Nació Francisco en los Abruzos (Italia), en el año de 1536, el mismo año en que concluyó el Concilio de Trento, de rica familia. Su futuro estaba destinado a la política, al comercio; gustaba del deporte, de las fiestas. Pero una grave enfermedad lo terminó encauzando a Dios.
El voto que cambió su vida
Tenía 21 años cuando fue víctima de una enfermedad que le afectó la piel y manifestaba los mismo efectos que la lepra. Parecía contagiosa y fue causa de que sus amigos lo abandonaran, además de las penalidades propias de la enfermedad. En medio de la angustia, del sentir la soledad y la cercanía de la muerte, hizo una promesa decisiva a Dios: “Si me curas de esta enfermedad, dedicaré mi vida al sacerdocio y al apostolado”. Dios lo curó, muchos vieron en ello un milagro, y Francisco cumplió su promesa.
Viaja pues Francisco a Nápoles y allí ingresa a la cofradía de los Blancos, que se dedica a atender enfermos, a los condenados a remar en las galeras y a la asistencia espiritual de los presos.
Pero en esta cofradía se encuentra con otro hombre de Dios, el P. Juan Adorno, y el Señor inspira a esas dos almas la fundación de una nueva congregación, que sería después la de los “Clérigos Regulares Menores”.
En un retiro, escriben la regla
Para que fuera la límpida voz de Dios la que les hablara y bendijera sus proyectos, se fueron Francisco y Juan a un monasterio de camaldulenses a hacer un retiro espiritual de 40 días, en régimen de silencio y oración. Y allí, bajo el soplo del Espíritu Santo, redactaron los reglamentos de su futura congregación de Clérigos, que tenía entre otras normas:
1. Que cada día uno de los religiosos haría ayuno (pues Jesús había dicho que a ciertos espíritus inmundos sólo se los expulsaba con la oración y el ayuno).
2. Que todo religioso haría al menos una hora de oración diaria ante el Santísimo Sacramento.
3. Que ninguno de sus religiosos aspiraría a un alto cargo o dignidad.
Redactadas las constituciones de la nueva comunidad, las llevan ante el Papa Sixto V, quien las aprobó, además de concederles una casa junto a la Basílica de Santa María la Mayor.
A los fundadores se les unirán rápidamente otros clérigos, que sienten que su vida debe realizarse en la nueva congregación.
¿El Superior? “Francisco el pecador”
Muerto el P. Adorno, es elegido como superior el P. Francisco, quien conservó y aumentó el tren humilde con el que llevaba su vida. Firmaba sus cartas como “Francisco el pecador”.
Aunque era el Superior General, seguía barriendo las habitaciones cuando le tocaba su turno – que no quiso dejar –; tendía camas, atendía huéspedes, continuó con los oficios domésticos que realizaban todos los religiosos.
Pero también se desvivía para cubrir las necesidades de los pobres, recorría las calles ofreciendo limosnas. A veces, incluso en invierno, se quitaba su abrigo y se lo regalaba a un necesitado.
No faltaban los maledicentes o envidiosos que esparcían horrorosas calumnias contra él, pero dejaba que Dios se encargara de su defensa. En el confesionario los penitentes arrepentidos encontraban el dulce perdón de Dios.
Sus sermones eran fuente de la misericordia divina. La Virgen bendita estaba con frecuencia presente en sus predicaciones.
Taumaturgo
También hacía milagros ya en vida, y se cuenta que a veces con solo hacer una señal de la cruz devolvía la salud a los enfermos.
A pesar de algunas oposiciones, algo que es normal en la expansión de una congregación, fundó casas en Nápoles, Madrid, Valladolid, Alcalá.
Varias veces el Papa quiso nombrarlo obispo, pero él fue fiel al espíritu de las constituciones que él mismo redactó, y siempre rechazó los papales ofrecimientos.
Viviendo bajo una escalera
Poco antes de que le llegara la muerte pidió que lo relevasen de todos los cargos de gobierno, para dedicarse a la oración. Era todavía un hombre muy joven.
Renunciado al cargo de Superior, escogió vivir bajo el hueco de la escalera de la casa, y allí pasaba las horas en oración y penitencia. Eran ya a esa altura, frecuentes los éxtasis.
Muere San Francisco Caracciolo en Nápoles, un 4 de junio de 1608, a la corta edad de 44 años. Fue canonizado por Pío VII en 1807, y sus restos se encuentran en la iglesia Santa María la Mayor de Nápoles.
Es representado con una Custodia en su mano, simbolizando no solo su amor a la eucaristía sino un mensaje a su orden, de que deben ser fieles a esta devoción hasta el final de los tiempos.
Tomado de: Gaudium Press en Español